¿Hay algo mejor que un hermano?

Sigues conservando tu mirada de niño curioso y triste, y esa risa de bebé que hace que todo tenga sentido cuando la recuerdo. Tengo que parar, esto no puede ser eterno.

¿Hay algo mejor que un hermano?… Bueno, tal vez una hermana. El Zurdo Mendieta en la Prueba del ácido de Elmer Mendoza. 

190255_4933316306_3126_n

La noche antes de que nacieras me dio fiebre ¿ya lo sabías verdad? Toda la tarde anterior buscamos, en un carro prestado, un hospital para que nacieras. Mamá tenía un genio horrible, un poco peor al que tuvo todo el embarazo. Ahora sé que tenía razón, yo antes era muy tonta juzgándola porque no había sido mamá, pero tengo que decírtelo porque debes de saberlo, las contracciones se sienten como la muerte, el parto da mucho miedo, y los embarazos son horribles. Además uno se siente tan mal que aguantar una niñita con voz de «pito de nochebuena» que todo el tiempo estaba gritando, hablando y cantando no ha de haber sido nada fácil. Así era yo, como un grillito chirriador que no da tregua todo el día, porque bueno yo era un grillito diurno.

Fotografía de Yoshua García

Pero sabes mi mamá lucía mucho más viva cuando estaba embarazada de ti de lo que lució conmigo, tiene varias fotos con una enorme sonrisa para probarlo. No estaba enferma, e hizo una panzota que la hacía parecer carpa de circo con esas horribles batas de maternidad que se usaban en ese entonces. Imagínate que tan viva estaba que con tremenda panzota se subía a los camiones de «mosquita», se trepó a mi triciclo Apache en la parte de atrás, y me apuraba para que fuera más rápido en las bajadas.

Cuando te fui a ver, al salir de la escuela, estabas tan chiquito que daba miedo cargarte, la verdad es que no sabía qué sentir ¿qué se puede sentir ante algo tan pequeño, tan chillón, tan tuyo y a la vez tan desconocido? ¿Te había contado que de bebecito te enseñé el tesoro más grande que había en casa verdad? Todo el ajuar de la boda de mamá, todo, el lazo, el ramo, y las arras, rayos, las memorables arras, y sí ya te dije que te tragaste una y que todos estaban tan asustados que ni se acordaron de regañarme. Yo quería contarte muchas cosas, y enseñarte muchas cosas, pero a mamá no le gustaba que te hiciera ruido, me aplicaron la de Pescetti en «me va nacer un hermanito».

1212_43070845657_8323_n

A veces me costaba soportar a ese niñito metiche que todo el tiempo me andaba siguiendo. Pero cuando no me seguías me preocupaba dónde rayos estaría y qué rayos estarías haciendo. De repente te salía lo malvado, con los gatitos por ejemplo, otras lo retorcidamente tierno, como la vez que estuviste mucho tiempo viendo a través del pavimento los «ojitos» que brillaban en el subsuelo. Hasta que te mordió la mendiga rata. O la otra, que te sentaste encima de una cubeta protegiendo a una rata porque también esta tenía ojos bonitos, y no querías que por culpa de mi tía la mataran. Esa vez abogué por ti y por tu rata, porque tu obstinación me conmovió, sabía que era absurdo, que la rata iba a terminar muerta y que tú no ibas a durar tanto tiempo haciendo resistencia civil, pero intercedí por tu rata, porque la dejaran vivir y no te hicieran sufrir. Obvio valió gorro. Como la vez que pediste permiso para ir a jugar basquet a no se dónde, o como cuando papá te obligó a deshacerte de tus ídolos prehispánicos cuándo fuiste a Tula. Siempre que abogué por ti fue causa perdida.

dos desconocidas tomando café
Fotografía de Yoshua García

Siempre admiré tu forma tan detallista de ver el mundo, tu capacidad para hacer música, tu ritmo, tu humor de anciano tierno, el oído para chiflar, es decir admiré lo mismo, eso tan imposible para mi, tan tuyo. Tienes un corazón muy extraño, es decir, mucho más tierno que el mío, pero puede ser increíblemente más duro, me sorprende como puedes deslindarte de las estupideces de los otros, esa manera tan tajante de defender tu yoícidad. Yo apenas estoy aprendiendo a hacer eso. Tu capacidad para la «tortura y la burla» rayos, yo nunca he podido, lo mío es lo visceral y directo. Tu puedes ser frío, concreto, y hasta sutil. ¿Cómo te caben tantos contrastes, como puedes sostener un temperamento tan bipolar, y no serlo, digo, bipolar?

Me gusta hablar contigo porque puedo ser directa, porque puedo discutir rabiosamente sin que nos lo tomemos personal, me gusta mucho enojarme cuando discutimos, porque no tenemos que ser políticamente correctos, aunque últimamente es difícil, hemos cambiado de códigos de habla, de pensamiento, de conducta, pero no de alma. Sigues conservando tu mirada de niño curioso y triste, y esa risa de bebé que hace que todo tenga sentido cuando la recuerdo. Tengo que parar, esto no puede ser eterno. Tengo que decirte una cosa más, pero lo haré en corto, y otra, y eso sí lo puedo decir aquí, espero algún día que algún abrazo mío se sienta como el hogar, así como los tuyos.

Fotografía de Lucila Mendoza